domingo, 8 de julio de 2012

El flaco favor de los libros ilustrados

A pesar de haber sido durante varios años editor de libros para niños, como autor y lector rechazo cada día más los libros ilustrados. No los libros-album, en los q la imagen junto con el texto conforma el discurso principal. Me refiero a los cuentos y otros textos literarios acompañados de ilustraciones. Las ilustraciones responden a la interpretación del ilustrador y siempre limitan, por lo tanto, la concepción original del autor y la imaginación propia del lector.
Sin duda a los niños les atraen las imágenes sobre el papel. Ya se acostumbraron y los exigen así. Es por eso q nosotros, los astutos editores, los ilustramos.  Pero como lector los rechazo cada vez más. Y como autor,  ¿cuántas frustaciones no se sufren cuando las ilustraciones  -aunque sean maravillosas- no dan en el clavo con lo que se había concebido?
Ni hablar cuando son malas o mediocres. Pueden facilmente perjudicar el texto al que acompañan y bajar significativamente el nivel de una publicación. Sucede con frecuencia en las ediciones juveniles, constituidas fundamentalmente por el texto literario, con alguna que otra ilustración. Estas imágenes esporádicas, a cuenta de que solo son solamente un "complemento" o "valor agregado", no son objeto de ninguna exigencia en cuanto a su calidad por parte de la editorial. Lo he dicho reiteradamente en el Banco del Libro y durante algunos talleres de evaluación de libros para niños y jóvenes: hay que tener cuidado para que la pobreza de las ilustraciones en algunas publicaciones no le reste al texto el valor que se merece.
Aunque también podría suceder al contrario, que la alta calidad de las imágenes le de lustre a un texto pobre, pero siempre estaremos frente a un sesgo de las posibilidades imaginativas del lector.