miércoles, 5 de septiembre de 2012

Doce pasos para la edición de un libro ilustrado para niños


1.    Escribes tu cuento o poema (el cual, ya sea que esté escrito en el  papel o en la computadora se llama el “texto”)

2.    Llevas el texto a un editor para que lo publique.

3.    El editor lo lee y, si le parece adecuado, da su aprobación para que comience el proceso de “edición”

4.    El editor busca a un ilustrador(a) para que, a partir del texto, realice las ilustraciones que van en el libro.

5.    Cuando están listas las ilustraciones un diseñador(a) gráfico reúne en su computadora el texto y las ilustraciones y realiza una “maqueta” o "printer" que contiene todo lo que va en el libro.

6.    Una vez corregida la maqueta, el diseñador(a) gráfica elabora en su computadora el “arte final”, es decir, un documento realizado con un programa especial de computación para edición de libros, preferiblemente el programa de Adobe llamado Indesing y lo graba en un CD o DVD.

7.    El Editor lleva el CD o DVD a la imprenta seleccionada.

8.    En la imprenta se realizan varias pruebas de color sobre un papel especial antes de hacer unas láminas fotográficas del libro llamadas  “negativos”.

9. A partir de los negativos se hacen planchas de metal (actualmente se hacen las planchas directamente sin necesidad de negativos), las cuales  se montan en una  impresora y se comienza a imprimir sobre “pliegos” de papel.

10. Una vez impresos los pliegos, éstos se doblan y encuadernan para hacer un determinado número de  “ejemplares” de los libros.

11. Finalmente, los libros terminados se entregan al editor o la editora para su distribución en escuelas, ferias y librerías.

 12. Tu cuento o poema llega a las manos de muchos lectores.

domingo, 8 de julio de 2012

El flaco favor de los libros ilustrados

A pesar de haber sido durante varios años editor de libros para niños, como autor y lector rechazo cada día más los libros ilustrados. No los libros-album, en los q la imagen junto con el texto conforma el discurso principal. Me refiero a los cuentos y otros textos literarios acompañados de ilustraciones. Las ilustraciones responden a la interpretación del ilustrador y siempre limitan, por lo tanto, la concepción original del autor y la imaginación propia del lector.
Sin duda a los niños les atraen las imágenes sobre el papel. Ya se acostumbraron y los exigen así. Es por eso q nosotros, los astutos editores, los ilustramos.  Pero como lector los rechazo cada vez más. Y como autor,  ¿cuántas frustaciones no se sufren cuando las ilustraciones  -aunque sean maravillosas- no dan en el clavo con lo que se había concebido?
Ni hablar cuando son malas o mediocres. Pueden facilmente perjudicar el texto al que acompañan y bajar significativamente el nivel de una publicación. Sucede con frecuencia en las ediciones juveniles, constituidas fundamentalmente por el texto literario, con alguna que otra ilustración. Estas imágenes esporádicas, a cuenta de que solo son solamente un "complemento" o "valor agregado", no son objeto de ninguna exigencia en cuanto a su calidad por parte de la editorial. Lo he dicho reiteradamente en el Banco del Libro y durante algunos talleres de evaluación de libros para niños y jóvenes: hay que tener cuidado para que la pobreza de las ilustraciones en algunas publicaciones no le reste al texto el valor que se merece.
Aunque también podría suceder al contrario, que la alta calidad de las imágenes le de lustre a un texto pobre, pero siempre estaremos frente a un sesgo de las posibilidades imaginativas del lector.

viernes, 10 de febrero de 2012

¿Un libro para entristecer a los niños?

Existe un tema que quizás constituye el más renuente tabú de los que aún subsisten en nuestra desinhibida sociedad contemporánea: las emociones. Nuestra cultura occidental se caracteriza por negarlas o evadirlas. Es por esa razón que he seleccionado para el presente trabajo un inusual libro-album que hace honor a su nombre: El libro triste, de Michael Rosen con ilustraciones de Quentin Blake. Su contenido, —tanto texto como ilustraciones—podría considerarse “perturbador” para los lectores.  La percepción de lo siniestro o perturbador se produce —según lo que afirma Sigmund Freud en su análisis de lo siniestro en “El Hombre de la Arena”, conocido cuento fantástico de E.T. A. Hoffman— cuando aquello que nos era familiar, y que por alguna razón ha estado por un tiempo oculto o reprimido, por algún motivo ahora se manifiesta.  Y como dice el protagonista de El libro triste:    “Este soy yo cuando estoy  triste. Quizá pueda parecer que estoy contento en esta foto. En realidad estoy triste pero finjo que estoy contento. Lo hago porque creo que no le gusto a los demás cuando tengo aspecto triste.”  Con estas sencillas palabras,  Michael Rosen define claramente la prohibición o tabú, que se evidencia en  el rechazo de los demás frente a aquellas personas que,  por ser auténticas, dejan traslucir su tristeza.  Al niño se le enseña que, a imitación de los adultos, cada vez que se le pregunta: ¿cómo estás?,  automáticamente debe aparentar que está bien. Si acaso en ese momento siente miedo, ira o tristeza, debe disimularlo. Ese es el origen de la represión neurótica de las emociones, la cual se refuerza continuamente en la escuela y en la misma familia. Al niño se le aparta compulsivamente de las situaciones dolorosas o depresivas. No se habla con naturalidad de las emociones frente a él. Percibe que estar triste es algo indebido o, cuando menos, que no es del agrado de sus padres, maestros o condiscípulos. Tiene que ocultar sus emociones a toda costa, so pena de ser tratado como un enfermo de fiebre contagiosa  También podría considerarse un libro problemático o transgresor en la medida  en que, de acuerdo a los cánones educativos y a la mentalidad de gran número de mediadores adultos, no se corresponde con los criterios de lo que debe ser un libro infantil adecuado; vale decir, una publicación adornada de atrayentes ilustraciones, con una historia reconfortante y amena, que culmine en un final edificante y feliz. Muy por el contrario, El libro triste es un libro sombrío, que habla precisamente de aquello que muchos quisieran evitarle, e inclusive esconderle, al lector infantil: el tema de la muerte y la tristeza por la pérdida de un ser querido. Rosen describe con toda honestidad cómo se siente a raíz de la muerte de su hijo, Eddie. Describe su desgarradora tristeza, cómo lo afecta y las cosas que hace para enfrentar su dolor. Las expresivas ilustraciones de Quentin Blake potencian un ambiente de melancolía mediante el uso, a veces monocromático, de degradaciones de grises y colores oscuros.  En gran parte de las páginas la atmósfera es opresiva.  Definitivamente, internarse en esta obra equivale a realizar una catarsis. Por eso, de acuerdo a la explicación de Freud, su lectura resulta perturbadora: porque saca a la luz una emoción que ha sido negada y reprimida por el impúber lector.
En eso justamente consiste —junto al aspecto estético—  el aporte que considero más positivo del  libro: el lector infantil, a media que transita por el duro universo emocional que va  despertando su lectura, incorpora en su psique infantil el conocimiento de cómo se elabora un duelo, que es asumiendo, de forma natural, una emoción dolorosa para superar determinado acontecimiento.  Y lo hace de manera sensible y  creativa, con imágenes de gran calidad plástica.  El recorrido de sus páginas va desde un pasado representado por imágenes a todo color  (simbolizando los recuerdos de cuando Eddie vivía), un triste presente gris (lóbregas y lluviosas imágenes que simbolizan la depresión), y una esperanza que se proyecta hacia el futuro.  El proceso afectivo plasmado en el libro hace de esta obra una herramienta adecuada para que los mediadores adultos aborden este escabroso asunto con los niños.
También los jóvenes lectores pueden abordar la obra por si mismos. Cito el comentario por internet de un niño de sexto grado:  “mira michael rosen io te voy a decir una cosa cuando alguien pierde un ser querido es como si perdiera una parte de su cuerpo y cuando yo lei tu libro estaba en sexto de primaria y me encanto mucho…” Indudablemente se trata de un niño ya un poco mayor (quizás unos 10 años), que se siente atraído por el libro porque posiblemente también ha tenido una pérdida y a través de la lectura ha podido identificarse con alguien que ha experimentado una vivencia similar a la suya.
Ahora bien, entre los aspectos que pudiesen destacarse como negativos, estaría el hecho de que el texto quizás no posee una descollante calidad literaria, al menos no con el nivel que poseen otras obras poéticas del mismo autor; si bien, afortunadamente, las ilustraciones de Quintin Blake vienen a compensar cualquier carencia, produciéndose una sinergia texto-ilustración que arroja como resultado final una pequeña obra maestra.
Otro aspecto que puede ser problemático es determinar si este tipo de obra logra convocar realmente a un lector infantil (a pesar del comentario del niño de sexto grado, que podría ser una excepción). Parece más un libro para que los adultos trabajen el tema con los niños, que para captar directamente  el interés de los infantes. No es seguro que un lector infantil, por iniciativa propia, se sienta atraído por un libro de colores tan poco vivos y una historia sin mayor tensión narrativa; con una trama prácticamente carente de suspenso o aventura (aunque intensa  emocionalmente),  y sin personajes atrayentes (animales u objetos humanizados, niños detectives, etc), si bien el protagonista es capaz de suscitar mucha empatía, como ya vimos. Para bien o para mal, el texto no tiene una dinámica narrativa ágil, con situaciones inesperadas que atrapen la fascinada atención del inquieto lector. Tampoco tiene humor, tan del gusto de los niños. En fin,  no incluye los elementos que usualmente cautivan a los pequeños.
Podría tratarse entonces de una obra dirigida fundamentalmente a un lector ideal muy diferente al que pareciera sugerir el gran tamaño del formato y la profusión de ilustraciones.  Este podría ser otro matiz controversial del libro, cuya respuesta, más que los adultos, la tienen los jóvenes lectores

Bibliografía

Rosen, Michael y Blake, Quentin. El libro triste.Barcelona, Ediciones Serres, España, 2004, 40 p.
Freud, Sigmund. Lo siniestro  / El hombre de la Arena de E.T.A. Hoffmann. Barcelona, José J. de Olaneta Editor, España, 1979, 96 p.

Una "Reunión" al estilo del Zorro Rojo

A veces el editor no solo ejerce un criterio adulto o censura suprimiendo determinados aspectos que puedan parecerle inadecuados en una edición, sino que en algunas oportunidades en lugar de eliminar puede más bien añadir elementos para reforzar ciertos aspectos –éticos, ideológicos,  estéticos-  en una publicación.
Sería el caso de un título perteneciente a Los libros del Zorro Rojo titulado Reunión, un cuento de Julio Cortázar publicado en Todos los fuegos el fuego, en 1966. En la versión de este espléndido cuento que hace la editorial se le añaden aspectos ideológicos que no están contenidos explícitamente en el cuento original y que se evidencian  en las ilustraciones cuando se caracteriza a algunos de los personajes dibujándolos con la cara de Fidel Castro o del Che Guevara, cosa que apenas aparece mencionada en el cuento, cuando uno de los personajes le dice “Che”, a un compañero.  Aunque en el epígrafe del cuento Cortázar coloca una cita del Che, prácticamente no hay otras alusiones en el relato a los demás miembros del grupo subversivo.  De Fidel no se dice nada con ese nombre, de manera que la ilustración de su rostro entre el grupo de guerrilleros es una añadidura editorial, aunque la interpretación del cuento sugiera su presencia.
Porque, aunque conocemos la posición ideológica de Cortázar, en el cuento, así como en su obra en general, priva el aspecto literario por encima de su posición ideológica, con el objeto de conferirle a sus  textos un carácter universal, dejando al lector una amplia interpretación de los mismos.
La  intensa experiencia nocturna y clandestina del desembarco, el valor y romanticismo de los protagonistas,  es lo que en esencia quiso plasmar Cortázar, y esto no tiene porqué suscribirse a un momento en particular, que es lo que pretende el editor al propiciar, en el texto de la contratapa del libro, una interpretación unívoca del relato:
“Reunión describe las duras jornadas que siguieron al desembarco del Granma en las costas de Cuba, cuando Ernesto Guevara se forja como combatiente de la revolución. A través de una vívida narración en primera persona, la voz del «Che» evoca las adversidades que debió enfrentar junto a sus compañeros de armas y su bautismo de fuego en la batalla de Alegría del Pío.”
Es posible que una investigación arroje que el cuento corresponde a ese episodio histórico. Probablemente  Cortázar lo habrá declarado así en alguna entrevista. Pero  nada de eso aparece explicitado  en el texto. Apenas una alusión al apodo Che (muy común en argentina, por lo demás) y una referencia geográfica a Puerto Cruz; lo demás, es una forma del editor de añadir elementos que hagan valer su visión.  En ese particular, podría hablarse más de “imposición” que de censura.
El desembarco de los guerrilleros, en una interpretación abierta,  puede suceder en cualquier época y lugar —una propuesta que, en mi opinión,  sería la deseable,  ya que soy partidario de propiciar que el lector se forme su propio criterio y no  de encaminarlo hacia determinada óptica. En ese sentido, me hubiera gustado más si en una edición por lo demás tan bien lograda como ésta se hubiera dejado la cara de los guerrilleros sin rostro, por decir algo; si el texto de la contraportada hubiese sido sugerente, en lugar de determinante, para dejar que fueran los jóvenes lectores quienes extrajeran sus propias conclusiones.