Recientemente me llamó la atención esta especie de “Declaración de principios” de este célebre autor polaco-estaunidense, premio Nobel de Literatura en 1978 y que fue galardonado con el National Book Award (Premio Nacional del Libro, el mismo que ganó Faulkner en dos ocasiones) por su libro de literatura infantil Un día placentero: Relatos de un niño que se crió en Varsovia (1973), el cual dicho sea de paso aún no he leído, por lo que limitaré mi comentario al texto en cuestión, que reproduzco seguido por mis impertinentes comentarios, punto por punto.
Dice Singer:
EXISTEN QUINIENTAS RAZONES por las que comencé a escribir para niños, pero para ahorrar tiempo sólo mencionaré diez de ellas.
Número uno: Los niños leen libros, no reseñas. Les importan un comino los críticos.
Muy cierto. La imaginación no necesita explicarse.
Número dos: Los niños no leen para encontrar su identidad.
Realmente no creo que hagan casi nada “para” (excepto llorar "para" obtener comida, juguetes o caramelos). Pero, por otra parte, no es menos cierto que la lectura de algunos cuentos, especialmente los llamados cuentos maravillosos o de hadas, que es lo mismo, sin proponérselo les facilita a los jóvenes lectores el conocer algunos aspectos de su identidad, a través de personajes y situaciones que les ayudan a explicarse su realidad interior y la de su entorno.
Número tres: No leen para librarse de complejo de culpa, para reprimir su sed de rebelión o para librarse de la alienación.
Cierto. Habría que ser un neurótico urbano o un judio - polaco-estaunidense para leer con esos fines.
Número cuatro: No necesitan la psicología.
Cierto. Con el llanto, que es un tímido grito primario, y la libre expresión de otras emociones, les basta y sobra cuando son pequeñines. A medida que se crece, es cuando comienzan los traumas, complejos y represiones. Por eso, si leemos a Bruno Betelheim, los cuentos maravillosos de hadas tienen un profundo efecto catársico en los niños.
Número cinco: Detestan los sociólogos.
Ni siquiera saben qué es “eso”. Por asimilación, los amantes de los cuentos maravillosos detestamos a algunos críticos literarios como Hugo Cerda y su abominable libro "Cuentos de Hadas e Ideología"
Número seis: No tratan de comprender a Kafka o Finnegans Wake.
Es justamente por ello que hablamos de “literatura Infantil” o “literatura para niños” (veáse post más abajo): para diferenciarla de aquellos textos, como los de los autores mencionados, Kafka y Joyce, que por su complejidad no son accesibles a los niños (seguramente ni siquiera les llaman la atención). Esas inadecuadas denominaciónes (“literatura infantil” o “para niños”), sólo sirven para dar cuenta de una literatura que, mediante el uso de determinadas características discursivas y recursos literarios, se hace también accesible a los niños y jóvenes.
Número siete: Todavía creen en Dios, la familia, los ángeles, el diablo, las brujas, los duendes, la lógica, la claridad, la puntuación y otras cosas pasadas de moda.
Los niños viven en un mundo mágico, al igual que los indígenas, los comedores de hongos, los espiritistas y los esquizofrénicos . Eso permite que los textos “para” niños aborden sin limitaciones toda la gama fantástica que ofrece la imaginación.
Número ocho: Les encantan las historias interesantes, no los comentarios, guías o notas al pie de la página.
Definitivamente este autor es una Biblia. He aquí otra de las características que hacen tan encantadores a los libros para niños, y que no gustan a los literatos “serios”. Imagínense ustedes un libro sin referencias bibliográficas, sin prólogo, ni anexos! Sin notas al pie! Seguramente por eso en la adusta Escuela de Letras de la Universidad Central de V enezuela a estas alturas todavía no existe un postgrado de Literatura Infantil y Juvenil. ¡Ni por asomo!
Número nueve: Cuando un libro es aburrido, bostezan abiertamente sin vergüenza o temor a la autoridad.
Eso es lo que distingue a un buen libro de literatura infantil de uno malo.
Número diez: No esperan que su querido autor redima a la Humanidad. Jóvenes como son, saben que no está en su poder. Sólo los adultos tienen tales ilusiones infantiles.
Es más, ni siquiera les interesa saber quien es el autor, ni lo que pretende, aunque decir esto tal vez pueda lesionar algunos egos y egas tropicales.
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Pero lo que realmente llama la atención es que las razones citadas por Isaac Singer para escribir textos para niños son absolutamente externas. Según él, lo hace porque a los niños les gusta esto, o no les atrae lo otro, etc. No le creemos ni una sola palabra. (Al igual que a aquellos autores de LIJ que sostienen que jamás se proponen escribir cuentos para niños. Qué eso les salió así solito y luego se percataron de que... ¡era un cuento para niños! ¡Salió así! ¡Yo no lo hice con esa intención! ¡Yo escribo literatura universal! Pura hipocresía. O autoengaño. Aunque ese es otro caso que abordaré más adelante.)
El texto de Singer no responde de ningún modo a sus verdaderas y profundas razones personales, sino que posiblemente se trata de una descarga simpática para describir u homenajear a sus jóvenes lectores. ¿Por qué digo tal? Porque la escritura literaria genuina tiene su origen y motivación en ineludibles fuerzas interiores, una profunda necesidad que poco tiene que ver con determinado público lector, ya sea niño, adulto, viejo, hombre, enano, o lo que se quiera.
¿Y, paradójicamente, dónde radicaría entonces esa supuesta intencionalidad que nos llevaría a utilizar determinados recursos, temas, estilos, herramientas, para tratar de conseguir que un texto cautive a los niños? ¿Confusa paradoja? ¿Incoherencia errática? (Precisamente critiqué más arriba a algunas y algunos que niegan el uso intencional de tales artificios).
Esa intencionalidad no es otra cosa que el intento creativo, fluido y espontáneo de agradar al PROPIO NIÑO INTERIOR y de allí la utilización profesional de determinadas técnicas y recursos específicos. En caso contrario, o sea, el de una aproximación exclusivamente intelectual, o solamente bien intencionada (el peor caso) para llegar a los niños, el texto sale forzado, artificial, rígido, demasiado esto o lo otro; o bien tonto, soso y sin gracia; o excesivamente erudito y complejo, acercamientos éstos sospechosamente preconcebidos que no convencen, como vemos en tanto texto para niños que se publica por allí.
miércoles, 1 de abril de 2009
Análisis del texto ESCRIBIR PARA NIÑOS de Isaac Bashevis Singer
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