viernes, 10 de febrero de 2012

¿Un libro para entristecer a los niños?

Existe un tema que quizás constituye el más renuente tabú de los que aún subsisten en nuestra desinhibida sociedad contemporánea: las emociones. Nuestra cultura occidental se caracteriza por negarlas o evadirlas. Es por esa razón que he seleccionado para el presente trabajo un inusual libro-album que hace honor a su nombre: El libro triste, de Michael Rosen con ilustraciones de Quentin Blake. Su contenido, —tanto texto como ilustraciones—podría considerarse “perturbador” para los lectores.  La percepción de lo siniestro o perturbador se produce —según lo que afirma Sigmund Freud en su análisis de lo siniestro en “El Hombre de la Arena”, conocido cuento fantástico de E.T. A. Hoffman— cuando aquello que nos era familiar, y que por alguna razón ha estado por un tiempo oculto o reprimido, por algún motivo ahora se manifiesta.  Y como dice el protagonista de El libro triste:    “Este soy yo cuando estoy  triste. Quizá pueda parecer que estoy contento en esta foto. En realidad estoy triste pero finjo que estoy contento. Lo hago porque creo que no le gusto a los demás cuando tengo aspecto triste.”  Con estas sencillas palabras,  Michael Rosen define claramente la prohibición o tabú, que se evidencia en  el rechazo de los demás frente a aquellas personas que,  por ser auténticas, dejan traslucir su tristeza.  Al niño se le enseña que, a imitación de los adultos, cada vez que se le pregunta: ¿cómo estás?,  automáticamente debe aparentar que está bien. Si acaso en ese momento siente miedo, ira o tristeza, debe disimularlo. Ese es el origen de la represión neurótica de las emociones, la cual se refuerza continuamente en la escuela y en la misma familia. Al niño se le aparta compulsivamente de las situaciones dolorosas o depresivas. No se habla con naturalidad de las emociones frente a él. Percibe que estar triste es algo indebido o, cuando menos, que no es del agrado de sus padres, maestros o condiscípulos. Tiene que ocultar sus emociones a toda costa, so pena de ser tratado como un enfermo de fiebre contagiosa  También podría considerarse un libro problemático o transgresor en la medida  en que, de acuerdo a los cánones educativos y a la mentalidad de gran número de mediadores adultos, no se corresponde con los criterios de lo que debe ser un libro infantil adecuado; vale decir, una publicación adornada de atrayentes ilustraciones, con una historia reconfortante y amena, que culmine en un final edificante y feliz. Muy por el contrario, El libro triste es un libro sombrío, que habla precisamente de aquello que muchos quisieran evitarle, e inclusive esconderle, al lector infantil: el tema de la muerte y la tristeza por la pérdida de un ser querido. Rosen describe con toda honestidad cómo se siente a raíz de la muerte de su hijo, Eddie. Describe su desgarradora tristeza, cómo lo afecta y las cosas que hace para enfrentar su dolor. Las expresivas ilustraciones de Quentin Blake potencian un ambiente de melancolía mediante el uso, a veces monocromático, de degradaciones de grises y colores oscuros.  En gran parte de las páginas la atmósfera es opresiva.  Definitivamente, internarse en esta obra equivale a realizar una catarsis. Por eso, de acuerdo a la explicación de Freud, su lectura resulta perturbadora: porque saca a la luz una emoción que ha sido negada y reprimida por el impúber lector.
En eso justamente consiste —junto al aspecto estético—  el aporte que considero más positivo del  libro: el lector infantil, a media que transita por el duro universo emocional que va  despertando su lectura, incorpora en su psique infantil el conocimiento de cómo se elabora un duelo, que es asumiendo, de forma natural, una emoción dolorosa para superar determinado acontecimiento.  Y lo hace de manera sensible y  creativa, con imágenes de gran calidad plástica.  El recorrido de sus páginas va desde un pasado representado por imágenes a todo color  (simbolizando los recuerdos de cuando Eddie vivía), un triste presente gris (lóbregas y lluviosas imágenes que simbolizan la depresión), y una esperanza que se proyecta hacia el futuro.  El proceso afectivo plasmado en el libro hace de esta obra una herramienta adecuada para que los mediadores adultos aborden este escabroso asunto con los niños.
También los jóvenes lectores pueden abordar la obra por si mismos. Cito el comentario por internet de un niño de sexto grado:  “mira michael rosen io te voy a decir una cosa cuando alguien pierde un ser querido es como si perdiera una parte de su cuerpo y cuando yo lei tu libro estaba en sexto de primaria y me encanto mucho…” Indudablemente se trata de un niño ya un poco mayor (quizás unos 10 años), que se siente atraído por el libro porque posiblemente también ha tenido una pérdida y a través de la lectura ha podido identificarse con alguien que ha experimentado una vivencia similar a la suya.
Ahora bien, entre los aspectos que pudiesen destacarse como negativos, estaría el hecho de que el texto quizás no posee una descollante calidad literaria, al menos no con el nivel que poseen otras obras poéticas del mismo autor; si bien, afortunadamente, las ilustraciones de Quintin Blake vienen a compensar cualquier carencia, produciéndose una sinergia texto-ilustración que arroja como resultado final una pequeña obra maestra.
Otro aspecto que puede ser problemático es determinar si este tipo de obra logra convocar realmente a un lector infantil (a pesar del comentario del niño de sexto grado, que podría ser una excepción). Parece más un libro para que los adultos trabajen el tema con los niños, que para captar directamente  el interés de los infantes. No es seguro que un lector infantil, por iniciativa propia, se sienta atraído por un libro de colores tan poco vivos y una historia sin mayor tensión narrativa; con una trama prácticamente carente de suspenso o aventura (aunque intensa  emocionalmente),  y sin personajes atrayentes (animales u objetos humanizados, niños detectives, etc), si bien el protagonista es capaz de suscitar mucha empatía, como ya vimos. Para bien o para mal, el texto no tiene una dinámica narrativa ágil, con situaciones inesperadas que atrapen la fascinada atención del inquieto lector. Tampoco tiene humor, tan del gusto de los niños. En fin,  no incluye los elementos que usualmente cautivan a los pequeños.
Podría tratarse entonces de una obra dirigida fundamentalmente a un lector ideal muy diferente al que pareciera sugerir el gran tamaño del formato y la profusión de ilustraciones.  Este podría ser otro matiz controversial del libro, cuya respuesta, más que los adultos, la tienen los jóvenes lectores

Bibliografía

Rosen, Michael y Blake, Quentin. El libro triste.Barcelona, Ediciones Serres, España, 2004, 40 p.
Freud, Sigmund. Lo siniestro  / El hombre de la Arena de E.T.A. Hoffmann. Barcelona, José J. de Olaneta Editor, España, 1979, 96 p.

1 comentario:

  1. Muy buena disertación, Rafa. Qué bueno que la compartes.
    Abrazos!

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